Después de un día de idas y de venidas, de mucho ajetreo y mucho calor, descansando en la comodidad de mi casa y observando a través de la ventana el jardín de mi patio me percaté de que de que el pimpollo de rosa había empezado a florecer. Salí al patio a mirar asombrada a lo que ayer era un un tierno, frágil y pequeño pimpollo, el rojo de sus pétalos se mostraba vivo bajo el sol y se realzaba ante los naranjas y lilas de un hermoso atardecer, las gotas del rocío de la tarde brillaban sobre sus pétalos, dandole un dulce y alusinante encanto encanto.
Mi pequeño pimpollo, al que cuidé y quise, allí estaba bailando con la suave brisa de verano , con gracia, irradiando una encantadora belleza que jamás había visto, parecía sonreírme, mostrándome su pétalos rojos, su tallo joven y verde, sus espinas puntigudas y fuertes, como niño pequeño que le muestra sus logros a su madre.
Me di cuenta de que mi pimpollo, había dejado de ser mi pimpollo, ya se había convertido en flor, en rosa. Aún sus pétalos no se abrían del todo, pero no, ya no era mi pimpollo, era mi rosa, no del todo florecida, pero empezando a florecer.
Para un pimpollo que empieza a florecer